La imparable ola de legalización de la marihuana, encabezada por diversas regiones de los Estados Unidos, ha hecho que la demanda de cannabis tanto para uso medicinal como recreativo se dispare. En consecuencia, cada vez es mayor el número de profesionales que se dedican a cultivar la planta y la demanda a la que deben hacer frente, con la consiguiente necesidad de producir en abundancia y de manera constante. Fruto de esta fiebre verde, el cannabis corre el riesgo de seguir el desafortunado rumbo que la agricultura ha tomado en los últimos tiempos. En aras del beneficio a cualquier precio, algunas prácticas se han vuelto excesivas en consumo de recursos y devastadoras para el medioambiente. Los suelos se dañan, las aguas se contaminan y los frutos de la tierra que han de servirnos de alimento, medicina o forma de ocio ven mermada su aportación beneficiosa y se cargan de tóxicos que pueden conllevar serios problemas para la salud. Un grupo de investigadores estadounidenses, tras analizar el impacto del cultivo de marihuana en diversas localizaciones del norte de California, concluía que los daños al ecosistema resultaban alarmantes, desde residuos de fertilizantes químicos que van a parar a los ríos hasta una mayor erosión de los terrenos.
Aún no es tarde para reaccionar
Los cannabicultores tienen ante sí la oportunidad de cambiar las cosas. En lugar de seguir por esa destructiva línea, pueden apostar por una forma de cultivo que no solo respeta a la naturaleza y todo lo que puede darnos, sino que además ayuda a reparar el daño. No se trata solo de apostar por los cultivos sostenibles (aquellos que no agotan los recursos), sino por algo que va mucho más allá y que puede ser el futuro de la producción de cannabis: la agricultura regenerativa.
Factores del ciclo regenerativo
La agricultura regenerativa funciona como un ciclo cerrado. La naturaleza proporciona a la planta todo lo que necesita, y obtiene de vuelta cuanto le hace falta para regenerarse. La luz, el agua, los fertilizantes… Todos los factores que entran en juego en un cultivo tienen su papel y su manera de abordarse desde un punto de vista regenerativo:
- De dónde sale el agua y cómo se utiliza es una de las principales diferencias. Sistemas para aprovechar el agua de la lluvia, almacenarla en las inmediaciones del cultivo e incluso hacerla llegar a las raíces de la planta mediante irrigación subterránea son formas habituales de proceder en la agricultura regenerativa. La clave es que el suministro hídrico provenga de fuentes naturales del entorno, algo fundamental para evitar que los cultivos agraven los problemas de sequía que tanto se han sufrido en lugares como California (aunque no sea el cannabis uno de los principales culpables).
- Los cannabicultores que emplean estas técnicas se abstienen de usar luz artificial para extender los días de cultivo, sortear la estacionalidad o, en definitiva, inflar el rendimiento de la cosecha. Se busca un respeto total a los ciclos que la propia naturaleza establece.
- También se mantienen alejados de los pesticidas y cualquier fertilizante químico. El propio suelo, si se cuida de la forma adecuada, es la fuente de alimento que las plantas necesitan. Además, la importante función de captar el CO2 que realizan las plantas (emplean el carbono para obtener energía y crecer por medio de la fotosíntesis) se ve intensificada cuando se promueve un 'suelo vivo', poblado por hongos, bacterias u otros microbios que transforman parte del carbono en una sustancia capaz de absorber la polución.
- Rotación de especies vegetales, cultivos de cobertura, lombricultura o dejar la tierra sin labranza durante algún periodo de tiempo para que recupere sus propiedades son algunas de las prácticas habituales para conseguir que el suelo tenga todo lo que los cultivos necesitan.
- El policultivo es la mejor defensa contra las plagas. Cuanto mayor es la biodiversidad alrededor de un cultivo, menor es la necesidad de introducir algo ajeno (como los pesticidas) para protegerlo. La presencia de diversos cultivos en la misma superficie ayuda a evitar la susceptibilidad que los monocultivos tienen a las plagas.